Recordar una fecha...
por: José Antonio Roldán
La mañana había sido algo fría, pero aún tenía fuerzas suficientes para incorporarse en la cama. Sus doloridos huesos se ajustaban quejumbrosos a los almohadones que intentaban aliviar su pesar.
Como cada jornada, las primeras horas del día las pasó recordando aquellos tiempos que para ella siempre habían sido mejores. Las lágrimas recorrían lentamente las pequeñas fotografías en blanco y negro, ajadas por el transcurrir del tiempo y por el leve contacto que las yemas de sus manos ejercían sobre ellas.
Nunca llegó a pensar que aquel matrimonio pactado por sus padres, por sus suegros y por su propio marido, le iba a reportar tanto de bien a su existencia. Su corazón latía como en aquellos adolescentes años cada vez que recordaba el brillar de las pupilas de su gentil Edward. El leve arco que la ceja derecha de su esposo producía mientras se veía abstraído en sus quiméricos inventos parecían vivos en la mente de Mariam...hasta que...sin querer...alargaba sus pálidas manos intentando calmar sus nervios. Era la única que lo conseguía.
El frágil roce de sus jóvenes manos sobre los rubios mechones de Edward servían como bálsamo y eran pocas las veces, que éste no conseguía solucionar los problemas que sus máquinas, sus libros o sus mejunjes le daban continuamente.
Aquellas promesas de amor eterno bajo la arboleda que delimitaba las posesiones de la familia habían quedado marcadas, no sólo en las cortezas de muchos de esos árboles, sino también en el corazón de la viuda McKilian. Pronto cumpliría los ochenta años y casi cuatro décadas de soledad contemplaban las armoniosas arrugas que se le agolpaban entorno a sus mejillas, donde aún perduraban aquel rosado cariz que enamoró al Capitán.
Pero lo inevitable, la guerra y el perpetuo mal que acecha a la raza humana le había impedido envejecer junto al hombre de su vida...
El mismo que se encontraba contemplando en un pequeño cuadro que pendía colgado sobre su cama...cuando una leve brisa entró por la ventana escasamente entreabierta...
...Sin saber como, sus párpados se abrieron de par en par y su vista se clavó sobre un calendario que descansaba sobre su mesita de noche...Era 12 de Diciembre...
...Una última lágrima se resbaló entre su ahora pálida tez...su rostro denotaba una alegría inefable...
...El pequeño gorrión que había estado saltando toda la mañana por el descansillo del ventanal...alzó su tosco vuelo...a los pocos segundos se posó sobre un vetusto almendro...allá en la arboleda...a escasos centímetros del pájaro se podía leer:
Aunque mi cuerpo se vaya...mi alma siempre estará contigo...Volveré...
...bajo esas presurosas letras talladas en la corteza del árbol...se podía apreciar aún la firma de Edward McKilian...más abajo aún...una fecha...un mes...12 de Diciembre de 1939....
La mañana había sido algo fría, pero aún tenía fuerzas suficientes para incorporarse en la cama. Sus doloridos huesos se ajustaban quejumbrosos a los almohadones que intentaban aliviar su pesar.
Como cada jornada, las primeras horas del día las pasó recordando aquellos tiempos que para ella siempre habían sido mejores. Las lágrimas recorrían lentamente las pequeñas fotografías en blanco y negro, ajadas por el transcurrir del tiempo y por el leve contacto que las yemas de sus manos ejercían sobre ellas.
Nunca llegó a pensar que aquel matrimonio pactado por sus padres, por sus suegros y por su propio marido, le iba a reportar tanto de bien a su existencia. Su corazón latía como en aquellos adolescentes años cada vez que recordaba el brillar de las pupilas de su gentil Edward. El leve arco que la ceja derecha de su esposo producía mientras se veía abstraído en sus quiméricos inventos parecían vivos en la mente de Mariam...hasta que...sin querer...alargaba sus pálidas manos intentando calmar sus nervios. Era la única que lo conseguía.
El frágil roce de sus jóvenes manos sobre los rubios mechones de Edward servían como bálsamo y eran pocas las veces, que éste no conseguía solucionar los problemas que sus máquinas, sus libros o sus mejunjes le daban continuamente.
Aquellas promesas de amor eterno bajo la arboleda que delimitaba las posesiones de la familia habían quedado marcadas, no sólo en las cortezas de muchos de esos árboles, sino también en el corazón de la viuda McKilian. Pronto cumpliría los ochenta años y casi cuatro décadas de soledad contemplaban las armoniosas arrugas que se le agolpaban entorno a sus mejillas, donde aún perduraban aquel rosado cariz que enamoró al Capitán.
Pero lo inevitable, la guerra y el perpetuo mal que acecha a la raza humana le había impedido envejecer junto al hombre de su vida...
El mismo que se encontraba contemplando en un pequeño cuadro que pendía colgado sobre su cama...cuando una leve brisa entró por la ventana escasamente entreabierta...
...Sin saber como, sus párpados se abrieron de par en par y su vista se clavó sobre un calendario que descansaba sobre su mesita de noche...Era 12 de Diciembre...
...Una última lágrima se resbaló entre su ahora pálida tez...su rostro denotaba una alegría inefable...
...El pequeño gorrión que había estado saltando toda la mañana por el descansillo del ventanal...alzó su tosco vuelo...a los pocos segundos se posó sobre un vetusto almendro...allá en la arboleda...a escasos centímetros del pájaro se podía leer:
Aunque mi cuerpo se vaya...mi alma siempre estará contigo...Volveré...
...bajo esas presurosas letras talladas en la corteza del árbol...se podía apreciar aún la firma de Edward McKilian...más abajo aún...una fecha...un mes...12 de Diciembre de 1939....
2 comentarios
adela -
aiar -
gracias :)